Mérida en familia y por tu cuenta

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Mérida fue nuestra puerta de entrada a la península del Yucatán. Mérida nos excitaba especialmente porque iba a suponer nuestro primer contacto con los cenotes. Las expectativas era altas pero se quedaron cortas: los cenotes son una de las maravillas naturales más emocionantes que hayamos visto. Realismo mágico. Exuberancia multicolor. Y esa sensación de primitivismo, de estar ante un lugar puro y expansivo.

De la ciudad de Mérida, comentar que tiene un centro agradable y dinámico… pero si la comparativa es Oaxaca de Juárez, palidece, claro. Tuvimos la suerte que delante de la catedral pudimos ver una sensacional recreación del Pok Ta Pok o juego de la pelota maya, lo que nos ayudó -y de qué manera- para que los niños se aburrieran menos en las ruinas de Uxmal, primero, y de Chichen Itzá, después.
 


 
Nos alojamos en el hotel Kuka & Naranjo. Pequeño – hotelito, como indica su web- y con un interiorismo -tanto en las zonas comunes como en las habitaciones- muy cuidado, elegante. La atención del staff, con Valeria y su sonrisa al frente, también lo hizo todo fácil para sentirnos en familia y además orientarnos por la ciudad y sus alrededores. La comodidad de las camas, el regalo al final de cada jornada.
 


 

Cenotes de Cuzamá

Los primeros cenotes que visitamos fueron los de Cuzamá. La experiencia tenía además el atractivo añadido de que para desplazarse de uno a otro -son tres-, lo haces por raíles y en una carreta tirada por burros. Había leído, y nos hizo dudar, de que se maltrataba a los animales, que estaban en muy malas condiciones…no nos lo pareció para nada.

La visita a los cenotes de Cuzamá supone un muestrario de los tipos de cenotes: Ucil, cerrado -tipo caverna y sin luz natural-, Bolom-Chajol, con nueve pequeñas aperturas por donde entra la luz-, y Chak Zinik Che, semicerrado (la mitad està cubierto). De los tres, Bolom-Chajol nos pareció el más espectacular: estalactitas gigantes iluminadas por el sol y un agua a dos tonos turquesas, azul y verde. Y encima solos…Sí, maravilloso.
 


 

 

Cenote Xooch

Aunque está más cerca de Valladolid que de Mérida, cómo teníamos solo dos días para la primera, decidimos visitar este cenote desde la segunda. Lo hicimos con un conductor que nos recomendaron en el hotel (Darwin, futuro piloto de aviones del que los niños guardan un muy buen recuerdo), pues no había combinación directa con colectivo y además, de vuelta a la ciudad, queríamos visitar Izamal. En coche, son cerca de dos horas para llegar a Cenotillo, el municipio donde se ubica este Cenote. Nosotros llamamos un día antes a la cooperativa que gestiona su acceso, y quedamos con Conchi en la plaza del centro de Cenotillo.  Recorrimos 4 kilómetros hasta las afueras del pueblo y tomamos una pista de tierra que puso a prueba los amortiguadores del coche y la paciencia del conductor.  Conchi nos confirmó que íbamos a estar solos. Y ya anticipamos, en ese momento, lo que luego fue una hora y media inolvidable.
 

 

El cenote Xooch me recordó al crater del Nogorongoro, en Tanzania: no puede ser real. Si en el enclave africano parecía que alguien iba soltando en orden y perfecta armonía todo tipos de animales para deleite del viajero, en el mexicano la impresión es que un equipo de interioristas había diseñado cada rincón del mismo: aquí una estalactita, y a ambos lados, lianas ; n el agujero por el que entra el sol, ponerme vegetación en cascada para que con el reflejo del agua amplifique el efecto. Y el agua la quiero azul y en varios tonos, con focos solares que vayan moviéndose conforme pasa el día… Eso es el cenote Xooch, que te abruma y te deja la sensación de estar ante un lugar que requiere tiempo y hasta distancia para acabar de digerir su belleza.

Con 60 metros de diámetro, unas maderas ensambladas nos permitían desplazarnos  por el agua utilizando cuerda fijada de punta a punta del cenote. Los niños disfrutaron especialmente llevando ‘su  barco’  y tirándose de una improvisada tirolina gracias a pequeño saliente y una cuerda. Conchi estuvo con nosotros todo el rato, amable, risueña, bromista, jugando con los niños…otro ejemplo de adn mexicano.


 

Izamal

Quizás a otra hora del día hubiéramos disfrutado más esta ciudad teñida de amarillo. Pero con el martillo del sol y la humedad de las dos de la tarde, se nos hizo casi invisible. Paseo rápido, casi escapando, a la pirámide del municipio, a las calles del centro y al monasterio. Pero no dejó huella. Difícil no ser injusto. Único consejo: evitar las horas centrales.
 

Ruinas de Uxmal

Uxmal también nos dejó tibios. El calor, de nuevo, contamina la experiencia. Pero no es excusa: no nos llegó. Interesante, sí. Emocionante, poco. No es un lugar que nos sedujera. De hecho, solo las zonas arqueológicas de Monte Albán y Chichen Itzá lo hicieron. Palenque, en un escalón intermedio, y más por la exhuberancia de la selva que por las propias ruinas. Pero Uxmal, a pesar de sus espectaculares máscaras de Chaak en algunos edificios, nos dejó demasiado indiferentes para lo que esperábamos o teníamos previsto. Eso también es viajar.
 


 


 

Cenotes de San Antonio Mulix

Sí, lo de los cenotes fue una maravillosa rutina diaria en Mérida y Valladolid. La tibieza de Uxmal se convirtió media hora después en refrescante emoción en los centones del municipio de San Antonio Mulix. Allí disfrutamos de dos cenotes con el precio de la entrada: Dzombakal, semiabierto, y XBatún, el primer cenote abierto que visitamos y que, sin llegar a la emoción de Xooch, es una delicia visual, con nenúfares, lianas, árboles y raíces sobrelas rocas y un azul cegador. Podría servir perfectamente como imagen del típico folleto ilustrado sobre el paraíso que prometen algunas religiones: Dios te ama…y por eso hizo los cenotes.
 

 


 

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