México en familia y por tu cuenta

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Nuestro último ‘gran viaje’ (lo sé, no hay viaje pequeño) fue a Turquía, en la Semana Santa de 2019. Tres años duros, menos duros gracias a las escapadas a ese refugio primitivo, azul y blanco, que es el Cabo de Gata. El siguiente destino tenía que ser especial: tras la negra sombra de la pandemia tocaba solear de nuevo la ilusión de descubrir y descubrirse, eso es viajar.  Y elegimos México, Y viajamos durante 30 días.

Contexto: los niños tienen ya 11 y 8 años. En nuestro último viaje, el de Turquía, todo salió fácil. Y el freno de la pandemia, claro, tuvo se efecto rebote, por lo que tomamos una primera decisión: más días viajando. Y el destino se alineó con esa idea: al buscar los vuelos, en diciembre de 2021, topamos con una combinación irresistible: ida 18 de agosto y vuelta 18 de septiembre, con Air Canadá, con escala en Montreal, entrando por México DF y saliendo por Cancún, por 450 euros persona…’Clic’ y billetes comprados. Y endorfinas liberadas de nuevo, anticipando lo que vendrá, la emoción de lo imprevisto que luego será recuerdo vivo para siempre. Esa especie de oleaje cálido que empieza con la elección del destino y que ya no cesa, que te caldea el alma y te predispone.

 

¿Por qué México?

Sinceridad: no era nuestra primera opción. Primero pensamos en Chile. Pero la apertura al turismo de Isla de Pascua estaba en suspenso y con suspense para el verano de 2022. Y eso nos hizo posponer este destino. Y México, siempre en nuestra lista de deseos y encima sin restricciones por el tema COVID, se adelantó, llamó a la puerta, la derribó de hecho con unos precios en los vuelos irrechazables. Mé-xi-co. Deletreado. Con golpe de pie. Con ritmo. Empezó ahí el viaje, en diciembre. Y sigue hoy. Y mañana. Viajar es infinito. Es por fuera. Es por dentro.

 

Lo mejor de México

Cenote XBatun, en San Antonio Mulix (Mérida)

México lo hemos disfrutado además con pausa. A bocados pequeños y lentos, espaciados, para que el sabor no se atropelle. Y hemos vuelto felices. Porque México es de colores, de todos los colores y sin prudencia ni freno en combinarlos; México es luz, por esos colores y por cielos sin barreras, panorámicos como no hemos vistos en otros lugares; México es cultura indígena, viva, respetable y respetada -qué envidia y cuánto se lo hemos dicho a los propios mexicanos; México es selva y ruinas mayas en armonía imposible; México son iguanas, cocodrilos, mantas raya, monos saraguatos, huajalotes, tortugas y flamencos orgullosos. México son cenotes, una especie de realismo mágico de aguas turquesas; México son alebrijes, catrinas y telas que iluminan espacios; México es muy buena gente, una sonrisa colectiva que te abraza. México te recuerda que la vida es un gran viaje.

 

Puesta de sol en la Laguna de Bacalar

 

Cascada ‘Árbol de Navidad’, en el Cañón del Sumidero.

 

Barrio de Jalatlaco, en Oaxaca de Juárez.

Si hay que listar lugares y experiencias IMPRESCINDIBLES, en mayúsculas, serían:

  • Oaxaca de Juárez, una ciudad de alegría incontenible. No te resistas…
  • Cañón del sumidero, uno de los más profundos y verticales del mundo. Navegar entre sus paredes y cascadas, sentirse tan pequeño y tan afortunado, con el viento y el agua en la cara, es una experiencia inolvidable.
  • San Juan de Chamula, con esa iglesia para lo que no estás preparado cuando entras. Cuando sales, lo que has visto ya se ha hecho hueco para siempre en ese resorte maravilloso de la memoria que activan los viajes.
  • Los cenotes, que nos hacían callar y mirarnos cuando, tras bajar por escaleras empinadas, nos girábamos y nos encontrábamos con una belleza natural que abruma, que necesita tiempo. Ayudó sin duda que estuviéramos solos en algunos de ellos. También ayudó alejarse de los más turísticos y seguir el consejo de otros viajeros y vecinos de la zona. Dos cenotes nos han dejado marca: Xooch y Xcanahaltun.
  • Chichen Itzá, la mejor conservada y la más espectacular de las ruinas mayas. Es cierto que se masifica y que los vendedores que rodean cada edificio son contrapesos. Pero es una maravilla.
  • La laguna de Bacalar, con su cielo panorámico y sus atardeceres al rojo vivo.
  • El verde/azulado/turquesa del agua en Holbox, y la bioluminiscencia de ese misma agua por la noche, cuando si no hay luz artificial, cualquier gesto se ilumina con polvos de hada de color verde.

 

¿Y se lo pasaron bien los niños en México?

Punta Mosquito, en Holbox.

Sí, mis dos hijos se lo pasaron bien y muy bien en México. Los paseos por ciudades y las zonas arqueológicas, como ya preveíamos, fue lo que menos les gustó. El contrapeso al ‘buff’ de estos paseos y visitas lo ponía la interacción previa o posterior con los mexicanos, la comida, las deliciosas marquesitas de nutella y algunos juguetes que de forma estratégica les íbamos comprando en algunos mercados. El contacto con la naturaleza – en Chiapas sobre todo- subió mucho la nota. Y la excelencia, también previsible, la logramos con el agua, tanto con la dulce de los cenotes en Mérida y Valladolid y la laguna de Bacalar, como con la salada del mar en Holbox y el parque temático Xel-ha, cerca de Playa del Carmen.

La comida mexicana ya les gustaba, y eso ayudaba. Y hamburguesas, pasta y pizza son recursos universales, aquí y también allí. También sumó y mucho la sensación de seguridad que tuvimos durante todo el viaje y la predisposición que mexicanos y mexicanas nos mostraban, a los niños y a nosotros, cuando les decíamos que viajábamos por libre y por 30 días. ‘¡Qué bueno que hayan venido! Disfruten!» Y eso hicimos.

Consejo: si podéis, una manera estupenda de acercar a los niños la mitología la maya, es a través de la serie Maya y los 3, disponible en Netflix.

La ruta

Ruinas de Uxmal, en Mérida.

Disponer de 30 días nos permitió incluir paradas en la ruta y destinar más días a las que ya teníamos en mente ‘a priori’.  Teníamos clara nuestra santísima trinidad: Oaxaca, Chiapas y Yucatán. Y sobre esa base, montamos el viaje. Descartamos México DF, donde solo aterrizamos -dormimos junto al aeropuerto.  Macrociudad, dudas sobre la seguridad, el museo de Frida Kahlo, los murales de Diego Rivera y las ruinas de Teotihuacán…. La capital no maridaba bien con nuestros hijos. Sin ellos seguramente hubiéramos estado al menos dos días. Pero con ellos, era barro en el arranque del camino.

Descartado México DF, destinamos 5 días a Oaxaca, que nos parecía -y nos pareció- la mejor manera de entrar y descubrir México. Y añadimos a la lista de paradas Campeche -una de las sorpresas del viaje-,  la laguna de Bacalar -una maravilla pese a que el sol no se presentó- y Playa del Carmen -un esperpento del turismo de masas, pero lo más cercano al parque temático de Xel-ha, concesión a los niños que resultó, como suele suceder con las bajas expectativas, un acierto imprevisto.

La ruta fue:

  • México DF (una noche)
  • Oaxaca de Juárez (cinco noches)
  • San Cristóbal de las Casas (cuatro noches)
  • Palenque (dos noches)
  • Campeche (dos noches)
  • Mérida (cuatro noches)
  • Valladolid (dos noches)
  • Bacalar (tres noches)
  • Playa del Carmen (dos noches)
  • Holbox (tres noches)
  • Cancún (una noche)

 

El alojamiento

Alberca en Kiko&Naranjo, en Mérida.

 

La maravillosa cocina de Grana B&B, en Oaxaca.

30 días y 11 alojamientos. Todos con el mismo criterio, previsible: buscar una buena relación entre calidad y precio. Premisas: bien ubicados, buenas críticas independientes y con ese algo especial que va destilando el intercambio de emails y mensajes -para mí esa personalización es clave- y la intuición -alimentada en gran parte por esos mensajes.  La selección final cumplió las expectativas, con matices en algunos casos, y con algún pequeño desencuentro en un único caso, que luego os explico.

Los alojamientos fueron:

 

La comida

Verónica López Cruz y sus memelitas, en el mercado de Tlacolula, en Oaxaca.

 

En México se come bien. Muy bien, incluso. Pero el maíz en sus múltiples formas y nomenclaturas –taco, quesadilla, memelita, tlayuda, panucho, enchiladas, chilaquiles…- es tan protagonista y omnipresente que a veces te supera y una insulsa ensalada Caprese en un restaurante italiano te parece un oasis para tu estómago y tu paladar. Nos reímos mucho con Mario, uno de los taxistas que conocimos en Valladolid. Era un chico joven que estaba estudiando nutrición…él mismo reconocía el poco recorrido y salida en México de una profesión que se basa en el concepto, tan universal y tan poco mexicano, de ‘dieta equilibrada’,

En las zonas de mar, eso sí, los camarones y el pescado abren el abanico de posibilidades. Y algunos ceviches que nos comimos podrían compartir mesa sin timidez con los que comimos en Perú. ¿Y el picante? Pues mucho y variado, pero casi siempre aparte, lo que evita sustos y lagrimeo. ¿Y lo de comer insectos? Pues en Oaxaca probamos chapulines -sabor ácido, un punto entre cítrico y amargo- y hormigas chicatanas -menos amargas, sabor terroso- , que se pueden comer solas o molidas en salsa.

Pero más allá del producto, comer en la calle o en mercados o restaurantes locales es una forma muy natural de conocer el carácter abierto, cálido y con sonrisa de serie de los mexicanos y mexicanas.

Y de las bebidas…muchas y variadas. Sin alcohol, y en primer lugar por aclamación, las ‘nieves’, que como ocurre con la granita siciliana, eleva a otro nivel el concepto de granizado de fruta. También las ‘aguas frescas’, a base de azúcar, maridaban bien con el calor intenso. En cuanto a bebidas con alcohol, el mezcal -una religión en Oaxaca- nos gustó, pero sobre todo combinado con fruta  -ojo a cómo funciona con el tamarindo. El Posh, licor de maíz y tradicional en Chiapas, es durillo -como un orujo blanco. Y luego hay bebidas fermentadas como el Pulque -a base de la planta del magüey- o el Tepache -a partir de cáscaras de piña. El tequila lo degustamos poco…seguramente porque nuestro horario infantil tampoco nos daba mucho margen.

 

La gente

Vergüenza con risas por salir en la foto, cerca de las cascadas de Welib Há, en Palenque.

Cuando viajas siempre agradeces las miradas francas y amables que te invitan a preguntar o que simplemente te dicen sin decir «bienvenidos a su casa». No pasa en todos los lugares. O no pasa de forma tan general y desde el primer momento. En México, sí. Y si a eso le unes un idioma en común, la chispa prende rápido,  y más si compartes mesa en restaurantes locales, asiento en un colectivo o un taxi compartido o banco en un parque comiéndote una marquesita -una deliciosa crepe enrollada como un taco y que puedes surtir de queso, nutella y frutas, a tu gusto.

El transporte

Moverse por México en transporte público es fácil y cómodo. La red de autobús, monopolizada por la empresa ADO, nos sirvió para conectar todos los puntos de nuestro mapa. Solo utilizamos el avión para ir de DF a Oaxaca y de Oaxaca a Tuxtla Gutiérrez, en dirección a San Cristóbal de las Casas. Fue al principio del viaje y para evitar una maratón por carretera, cuando además el precio de los vuelos fue muy asequible al volar con Volaris, una de las low cost que operan en México -la otra es Viva Aerobus.

Para los trayectos dentro de cada zona, habíamos previsto movernos con colectivos y taxis en la zona de Oaxaca y Chiapas, y alquilar coche en Yucatán. Al final descartamos el alquiler, pues el precio por ‘rentar’ se había disparado a cerca de 1.200 pesos por día -sin opción de seguro a todo riesgo y con la gasolina también disparada. Por tanto, en Yucatán también tiramos de taxis y colectivos, si bien es cierto que algunas excursiones a cenotes y ruinas las hicimos con taxi o chofer particular.

3 comentarios en “México en familia y por tu cuenta

  1. No crec que trobi mai l’oportunitat o disposició d’anar a Mèxic, però llegir aquest relat tan ben parit del viatge, tan ordenat i tan didàctic, ha estat un plaer.

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